Si un Estado poderoso puede atacar una embarcación en aguas internacionales, cerca de otro país, alegando “seguridad nacional” o “lucha contra el narcotráfico”, entonces se abre la puerta a que cualquier otro país haga lo mismo.
Es lo que ha hecho Estados Unidos en aguas internacionales, frente a las costas de Venezuela.
Vuelve el Oeste americano: el más fuerte impone su justicia, sin tribunales ni límites, y decide quién vive y quién muere.
Esta vez, además, se nos cuelga el
vídeo en los medios y en las redes sociales.
Ejecuciones en vivo y en directo.
Y todo ante la mirada —no sé si perdida o simplemente desenfocada— de la cristiana Europa, que calla, observa y sigue comerciando mientras el derecho internacional se hace trizas (una vez más) bajo el impacto de los drones.